Vamos al debate por la igualdad
POR BRUNO BIMBI
En estos días, con el inicio del debate en la Cámara de Diputados sobre la ley de matrimonio entre personas del mismo sexo, vamos a escuchar muchas cosas. La Iglesia y la derecha saldrán a querer convencernos de que discriminarnos no es discriminatorio, y necesitamos estar preparados. Hay una serie de argumentos en disputa que se repiten, y que han sido los mismos que aparecieron en otros países cuando se dio este debate. Acá va una primera lista de respuestas:
—El matrimonio, según el diccionario de la Real Academia Española, es la “unión de hombre y mujer”, de modo que llamar matrimonio a las uniones de dos hombres o dos mujeres va en contra de nuestra lengua.
—Las lenguas van cambiando porque cambian las sociedades que las usan y en los diccionarios de hace cien años había definiciones que hoy nos resultarían extrañas. Los diccionarios siempre llegan tarde, cuando los cambios en la lengua ya se produjeron, y pueden reflejar los prejuicios de las personas que los hacen: una de las definiciones para “judeu” (judío) en el diccionario Aurélio de la lengua portuguesa es “individuo avaro y usurero” y la palabra “bajar”, según la RAE, no tiene nada que ver con archivos e internet. Cuando se estaba debatiendo el matrimonio gay en España, Beatriz Gimeno dijo que “los diccionarios tendrán que adaptarse a la realidad y no la realidad a los diccionarios”, y el tiempo le dio la razón: elInstitut d'Estudis Catalans y la Acadèmia Valenciana de la Llengua ya cambiaron las definiciones de los diccionarios del catalán y el valenciano, teniendo en cuenta que en Cataluña y Valencia hay muchos matrimonios homosexuales, legales desde que España aprobó la nueva ley en 2005. A la Real Academia no le quedará otra que actualizar también su diccionario del castellano, como sus propios integrantes ya se encargaron de advertir.
—La palabra matrimonio viene de de mater, que significa madre, de modo que jamás podría haber matrimonio entre dos hombres.
—Eso no explicaría la oposición al matrimonio entre dos mujeres, pero vamos al punto. Matrimonio viene demater, pero también de monĭum, que significa gravamen, por la mayor carga que llevaba la mujer, según la idea de matrimonio que tenían los antiguos: los matrimonios de hoy son diferentes a los de la época del Imperio Romano. Pero si nos rigiéramos por la etimología para determinar los alcances de una institución jurídica, el 'patrimonio' y la 'patria potestad', que vienen de pater, deberían ser exclusivos de los varones, como de hecho lo eran antiguamente; el 'salario' debería pagarse en sal y a eso que cobramos en dinero tampoco podríamos llamarle 'sueldo', que era la retribución que recibían los soldados. Por otra parte, para ganarnos el pan tendríamos que someternos a la tortura, ya que 'trabajo' viene detripaliare, que significa “castigar con el tripaliu”. 'Familia', otra palabra importante para este debate, viene defamulus, que significa sirviente o esclavo, y era antiguamente el conjunto de las propiedades del pater familias, incluyendo esclavos y parientes.
—La finalidad del matrimonio es la procreación, el cuidado de los hijos y la preservación de la especie.
—Si así fuera, debería prohibirse el matrimonio a las personas estériles o a las mujeres después de la menopausia. Sería necesario instaurar un examen de fertilidad previo al casamiento y que cada pareja jure que va a procrear, bajo pena de nulidad si no lo hiciere en un determinado plazo. ¿Y las parejas de lesbianas que recurren a métodos de fertilización asistida para procrear? Lo cierto es que las personas no se casan para tener hijos. Se casan porque se aman, tienen un proyecto de vida en común y quieren recibir la protección que la ley garantiza a los cónyuges. Algunas parejas se casan y nunca procrean, porque no pueden o no quieren, y otras tienen varios hijos sin casarse nunca.
—El matrimonio es un sacramento religioso.
—El matrimonio es un contrato entre particulares. Lo fue antes de que la religión lo adoptara y lo transformara en un sacramento por razones políticas y económicas. Y recién en el siglo IV, en Roma, el matrimonio homosexual fue prohibido por decreto del emperador, luego de la adopción del cristianismo como religión del Imperio. Por otra parte, en nuestro país, el matrimonio civil es el único que tiene efectos jurídicos, por ello las parejas que quieren casarse por iglesia tienen que pasar primero por el Registro Civil. Fue durante el gobierno de Julio A. Roca que se sancionó la ley que creó ese registro, donde deberían inscribirse las uniones, que aún se celebrarían en las iglesias. La ley fue calificada como “obra maestra de sabiduría satánica” por la Iglesia Católica, que se veía venir el próximo paso. En 1887, una pareja (heterosexual) de religión bautista reclamó ante la justicia por su derecho a casarse pese a no ser católicos. Fue un anticipo: ese mismo año comenzó a debatirse la Ley de Matrimonio Civil, promulgada al año siguiente. La Iglesia, enfurecida, calificó el matrimonio civil como “torpe y pernicioso concubinato” que provocaría “la destrucción de la familia”, y dijo que todo era consecuencia de “la prostituta de la historia que es la Revolución Francesa”. Argentina llegó a romper relaciones diplomáticas con el Vaticano.
—El matrimonio homosexual va a destruir la familia.
—Es justamente el mismo argumento que usaba la iglesia en 1887: “el matrimonio civil va a destruir la familia”. Y en 1987: “la ley de divorcio va a destruir la familia”. La legalización del matrimonio entre personas del mismo sexo no afecta en nada a las parejas heterosexuales e incluye y reconoce los mismos derechos a las parejas homosexuales. De modo que fortalece la familia, porque amplía la protección del Estado a miles de familias que hoy están desprotegidas.
—La homosexualidad no es natural, no es normal.
—Si a lo largo de la historia y en todas las épocas y culturas hubo siempre una proporción más o menos estable de personas homosexuales, y si en varias especies animales está comprobado que también existe la homosexualidad, es evidente entonces que esa posibilidad es parte de la naturaleza de los seres humanos, entre otras especies. Muchas veces se confunde mayoría con normalidad y minoría con anormalidad. Los zurdos fueron por mucho tiempo considerados anormales y se los castigaba para obligarlos a escribir con la mano derecha. Los pelirrojos, las personas de ojos celestes y los genios de las matemáticas también son minoría, y no por eso hay que cercenarles derechos.
—El matrimonio proviene de la naturaleza; el matrimonio homosexual no es natural.
—El matrimonio homosexual es tan antinatural como el matrimonio heterosexual. Los animales no se casan, ni se heredan, ni son fieles, ni sacan un crédito juntos para comprar la casa. La patria potestad, el apellido, la herencia, la obra social, los derechos migratorios, los bienes gananciales son invenciones humanas. El ser humano vivió sin matrimonio por millones de años hasta que lo inventó; es un producto de nuestra cultura, de nuestra historia, y respondió a las necesidades de una época. A lo largo de la historia fue cambiando y seguirá haciéndolo respondiendo a nuevas necesidades y costumbres. Pero tampoco es natural la medicina, ni la ciencia, ni los libros, ni las partituras de Mozart, ni el diario, ni el papel, ni la tinta, ni la luz eléctrica que ilumina al lector dentro de su casa. Y no por ello rechazamos todas esas cosas. No existe ninguna ley de la naturaleza que regule quién puede casarse. Las leyes naturales se ocupan de cosas como la gravedad, la reproducción de las células o la fotosíntesis. Del matrimonio se encargan las leyes civiles.
—Si todos fuéramos homosexuales, se extinguiría la especie.
—No necesariamente, pero la realidad es que no somos todos homosexuales, ni todos heterosexuales. Hay de ambas cosas en este mundo. Y reconocer a las parejas homosexuales los mismos derechos que tienen las parejas heterosexuales no cambiará esa realidad. Si todos fuéramos morochos, Gardel no podría haber cantado “Rubias de New York” y si todos habláramos solamente español no existirían Shakespeare, Camões ni Dostoievski, pero no por eso vamos a perseguir a los morochos ni a los hispanohablantes.
—El matrimonio siempre ha sido entre varones y mujeres.
—No es verdad. En la antigua Roma, el matrimonio, que era un contrato privado celebrado entre particulares, podía realizarse también entre personas del mismo sexo, pero en el año 342 d.C. ello fue prohibido por el Imperio, en consonancia con la adopción del cristianismo como religión estatal. Sin embargo, en los años siguientes, continuaron realizándose. Con el pasar de los años, la confusión entre religión y ley civil y la persecución contra los diferentes comenzaron a crecer. Actualmente, el matrimonio entre personas del mismo sexo es legal en Bélgica, Holanda, Noruega, España, Suecia, Sudáfrica, Canadá y en los estados norteamericanos de Massachusetts, Connecticut, Iowa, Vermont, Maine y New Hampshire. Es probable que pronto se legalice en Portugal, Argentina, Eslovenia y en el estado de Nueva York. Sin embargo, supongamos que nada de ello fuera así. La esclavitud siempre había estado permitida hasta que se prohibió, las mujeres nunca habían podido votar hasta que conquistaron ese derecho, la segregación racial era una triste realidad en varios países hasta que fue abolida. Que algo haya sido siempre de una determinada manera no significa que no pueda (y a veces deba) cambiar. Otro ejemplo: en Estados Unidos, hasta la década del 60, estaban prohibidos los matrimonios interraciales, hasta que un fallo de la Corte Suprema abolió la prohibición.
—¿Por qué matrimonio y no unión civil?
—La unión civil, que existe en la ciudad de Buenos Aires y algunas ciudades del interior, es una institución de alcances locales y muy limitados. La mayoría de los derechos que vienen con el matrimonio –obra social, crédito conjunto, herencia, derechos migratorios, régimen patrimonial, etc.– no están incluidos ni podrían estarlo, porque dependen de las leyes nacionales. Se trata, entonces, de dos instituciones diferentes. Ahora que el tema se está discutiendo en Congreso Nacional, que es el que legisla sobre matrimonio civil, lo que se propone es eliminar la cláusula discriminatoria que impide que dos varones o dos mujeres se casen. Llamarle “unión civil” a esos matrimonios sería una forma de insinuar que no valen lo mismo. Cuando una persona homosexual alquila un departamento, firma un contrato de “alquiler”, no de “vínculo inmobiliario homosexual”; del mismo modo, cuando se casa, no hay razón para ponerle otro nombre a su matrimonio, como no habría razón para prohibirles a los negros que se casen y establecer una “ley de unión para negros”. La época de los bares para blancos y los bares para negros felizmente acabó.
—¿Pero cuál es la importancia del nombre?
—El nombre puede ser inclusive más importante que los propios derechos que el matrimonio reconoce, que podrían conquistarse por otras vías. Porque mientras el Estado no reconozca las relaciones de pareja entre dos hombres o dos mujeres y las familias que estas parejas forman en igualdad de condiciones, con los mismos derechos, la misma dignidad y el mismo respeto, habrá un mensaje simbólico muy fuerte, emanado de la autoridad pública, que dice que esas parejas, y por lo tanto quienes las forman, no merecen el mismo respeto como personas. Y está claro que eso es lo que quieren quienes se oponen, como cuando en España se aprobó el voto femenino y algunos planteaban que no se llamara “voto”, sino “derecho a la participación política de la mujer”, porque “el voto es un atributo esencialmente masculino”. Cuando a los negros los obligaban a sentarse en el asiento de atrás en los colectivos, todos los asientos eran igual de cómodos, pero aceptar la humillación de irse al fondo con la cabeza agachada significaba resignarse a ser tratados como escoria. El reconocimiento del matrimonio entre personas del mismo sexo, junto a otras medidas urgentes que nuestra democracia debe tomar, tendrá también la función de educar a las futuras generaciones sin prejuicios, para que los adolescentes gays y lesbianas de mañana no tengan que vivir escondidos en el armario, avergonzados, llenos de culpa y muertos de miedo, o bancándose las burlas de sus compañeros y el rechazo de sus familias.
—¿Pero no puede darse el caso de que se pretenda crear una institución diferente del matrimonio porque se considera que sería una mejor opción?
—En ese caso, la construcción de alternativas jurídicas al matrimonio debe ser un debate de toda la sociedad que no debe mezclarse con el debate de la inclusión de las parejas del mismo sexo a la figura que existe hoy. Una vez que todas las parejas tengan acceso al matrimonio en igualdad de condiciones, discutamos todas las alternativas que cada sector quiera plantear, y que esas alternativas sean para todas las parejas, heterosexuales u homosexuales. Que cada pareja elija, si se da el caso de que el Congreso legisle sobre opciones diferentes. Lo que no puede haber es una institución exclusiva para unos y un "premio consuelo" para los excluidos, ni una ley especial para homosexuales. Eso sería mandarnos al gueto, con el triángulo rosa cosido en la camisa. Discutir otras opciones cuando se reclama igualdad jurídica es sospechoso de que el único y verdadero objetivo de esa discusión sea mantener la discriminación.
—¿Pero para qué quieren casarse los homosexuales si el matrimonio es una institución burguesa y patriarcal en decadencia?
—El matrimonio es la institución jurídica que protege los derechos de las parejas y de las familias, y su valor va mucho más allá de los aspectos cuestionables que tenga. Hay mucho que cambiar en el matrimonio, hay muchas cláusulas que aún responden a otras épocas, que son machistas, patriarcales o que permiten una invasión desmedida del Estado en la intimidad de la pareja. Pero esos cambios no les corresponde hacerlos sólo a los y las homosexuales, sino a todos. Deben ser fruto de la evolución de esa institución. Lo primero es conquistar la igualdad jurídica para todos y todas. Cuando un grupo de obreros despedidos luchan para ser reincorporados a su trabajo, eso no significa que estén de acuerdo con el salario de hambre que cobran o con la precariedad de sus condiciones de trabajo. Cuando las mujeres pelearon para poder votar, eso no significaba que la democracia representativa fuera perfecta y no necesitara cambios. Discutir los cambios que necesite el instituto del matrimonio no puede ser un requisito previo para que las parejas homosexuales dejen de estar desamparadas por el Estado. Primero respetemos el principio constitucional de igualdad ante la ley y después aceptamos pasar a otro tema.
—¿Qué pasa con la adopción de niños?
—Ninguna ley prohíbe la adopción a las personas homosexuales, estén solas o en pareja, ni tampoco les prohíbe procrear –muchas lesbianas, por ejemplo, lo hacen mediante fertilización asistida– de modo que ya hay cientos de niños con dos mamás o dos papás. Lo que una persona homosexual no puede hacer, por no poder contraer matrimonio, es co-adoptar con su pareja, lo cual no significa que no pueda convivir con el niño o niña y su pareja en el mismo hogar: esas familias ya existen. Sin embargo, esos niños son legalmente hijos de uno/a solo/a de sus padres o madres. Su otro papá, o su otra mamá, no puede ir a buscarlos a la escuela, autorizar una operación de urgencia en un hospital o inscribirlos en la obra social y los niños no pueden heredarlo/a, ni reclamarle alimentos o pedir un régimen de visitas en caso de separación. Eso es lo que la reforma de la ley va a cambiar: que todos los chicos tengan los mismos derechos.
—¿Y esos niños no van a ser homosexuales?
—Si lo fueran, no habría nada de malo en ello, ya que la orientación homosexual no es ni mejor ni peor que la orientación heterosexual, sino simplemente distinta. Esos niños tendrán la orientación sexual que deban tener, más allá de quién los crie. Por otra parte, las estadísticas, en todo el mundo, demuestran que los porcentajes de niños adoptados por parejas gays cuya sexualidad resulta ser heterosexual u homosexual son los mismos porcentajes que se dan entre los niños criados por parejas heterosexuales. De hecho, la inmensa mayoría de los gays y las lesbianas tienen un papá y una mamá heterosexuales.
—Esos niños y niñas necesitan una figura materna y una figura paterna, que un matrimonio homosexual no podría darles.
—No es lo que opinan la mayoría de los psicólogos, que hablan de roles, lo cual no necesariamente significa papá y mamá. Si el problema fuera la falta de “una figura materna” o “una figura paterna”, los viudos, los padres solteros o los separados deberían dar sus hijos en adopción. Hay miles de niños criados por padres solos o a cargo de una abuela, una tía, un hermano u otras formas de configuración familiar. Por otra parte, en los últimos años se han realizado gran cantidad de investigaciones a partir de la realidad de los niños y niñas con papás gays o mamás lesbianas que hay en distintos países del mundo. Todos esos estudios (entre otros: de la Universidad de Sevilla, la Universidad de Valencia, el Colegio de Psicólogos de Madrid, la Asociación Americana de Pediatría, la Asociación Americana de Psicología, etc.) han concluido que no existe ninguna diferencia relevante entre los niños criados por parejas homosexuales o heterosexuales. Todas esas instituciones, luego de realizar dichos estudios, han hecho recomendaciones favorables a que se permita la adopción a las parejas homosexuales, destacando que lo que un niño necesita es amor, protección, cuidado, educación y otras cosas que no dependen de la sexualidad de sus padres sino de su calidad humana.
—¿Y esos chicos no van a crecer con traumas y confusiones por tener padres homosexuales?
—Todos los estudios realizados con hijos e hijas de parejas homosexuales en distintos lugares del mundo, algunos de los cuales citamos en la respuesta anterior, demuestran claramente que no. En Argentina hay cientos de chicos en familias diversas, sobre todo con dos mamás lesbianas. Cualquiera que conozca a una de estas familias puede responder esta pregunta sin necesidad de leer los estudios. Los chicos generalmente no tienen los prejuicios de los adultos: son los adultos quienes les enseñan esos prejuicios. Una de las únicas diferencias relevantes que algunos de esos estudios mostraron con relación a estos chicos es que suelen ser más abiertos y tolerantes con otras diversidades, ya que aprendieron en casa el valor de la no discriminación.
—Pero esos hijos adoptivos de lesbianas y gays van a sufrir la discriminación y las burlas en la escuela por tener dos papás o dos mamás.
—Los chicos judíos muchas veces sufren discriminación en la escuela, y no hay por ello ninguna ley que les prohíba tener hijos a los judíos, ni adoptarlos. Lo mismo podríamos decir de los hijos de inmigrantes paraguayos o bolivianos, de los afrodescendientes, de los pobres, de los coreanos o de muchos otros grupos sociales que son víctima del prejuicio y la discriminación. ¿Les prohibimos a todas esas personas que tengan hijos o que adopten? La respuesta que el Estado debe dar a ese problema es la inversa: trabajar a través de la educación para desterrar el prejuicio. Y en ese sentido, la legalización del matrimonio entre personas del mismo sexo es un acto educativo. Les estaremos dando a todos los chicos, a sus padres y al conjunto de la sociedad un mensaje: que queremos construir un país en el que a las personas homosexuales se las respete de la misma manera que se respeta a las personas heterosexuales.
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Publicado en el Blog Periodístico de Bruno Bimbi el 31 de Octubre de 2009
http://bbimbi.blogspot.com/2009/10/preguntas-y-respuestas-sobre-el.html
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