jueves, 23 de septiembre de 2010

"Más dignidad para todos, la misma para mí"

Por Oscar Geymonat

Palabra más, palabra menos, la presidente argentina dijo que se sentía muy bien por pertenecer a un país que había dado derechos a tantos ciudadanos sin menoscabar en lo más mínimo los de los demás ni poner sobre ellos carga ninguna. Algunas horas hacía que el Parlamento había aprobado la ley por la cual el matrimonio entre personas del mismo sexo tiene idéntica legitimidad que el heterosexual. Bien mirada, la expresión de la presidente resulta inobjetable y por lo poco que entiendo de política, inteligente. La ley otorga derechos a un sector de la población y no dice nada sobre los demás, de manera que esos demás, no tendríamos por qué decir nada. Es una forma de abrir el paraguas diciendo que no tiene por qué llover pero sabiendo que se viene el chaparrón.

Efectivamente, la historia inmediata tuvo de todo menos unanimidad. No faltó discusión y una inflación de argumentos de lo más variopinta. (…) Quien esto escribe también debió comparecer ante algún micrófono y otras demandas de prensa que empezaban casi invariablemente por requerir nuestra opinión en nombre de la iglesia de la que formamos parte (…)

Entonces hay varios trajes que nunca nos pusimos pero que sin embargo nos vemos obligados a sacarnos. El primero es el de vocero oficial del colectivo llamado Iglesia Valdense. Ésta, como toda iglesia protestante, es una comunidad que se reconoce unida en la fe en Cristo, respetuosa de la diversidad de opciones históricas de sus miembros en el marco de la ética del Evangelio que el propio Cristo resumió en el amor a Dios y al prójimo como a nosotros mismos. Por tanto no hay voz oficial más que la de ella misma. El segundo es el de defensor o detractor de determinados modelos de relaciones humanas cuya raíz es claramente cultural y por tanto sujeta a cambios históricos. La sacralización de la que han sido objeto estos modelos de relaciones, no los libra de las mutaciones a las que la historia los somete. El matrimonio monogámico heterosexual que aprendimos a considerar “la célula de la sociedad”, es una institución relativamente nueva en la historia de la humanidad. El tercero es el de persona autorizada a aprobar o condenar aspectos tan íntimos de la vida privada como la vivencia de su sexualidad. Nadie me puso por juez en semejante causa.

Desnudo de prejuicios.

Y de tanto sacarme trajes me estoy quedando desnudo. Es que de eso se trata, de desnudarse de prejuicios. Abultan pero no abrigan. (…) “Ama y haz lo que quieras”, decía San Agustín. Y el creyente Agustín de Hipona, no inventó este parámetro. En la frase, más o menos ingeniosa, reformuló el primero y más grande de los mandamientos con el que Jesús responde a los maestros de ley. En “amarás al Señor tu Dios y a tu prójimo como a ti mismo” se resume toda la legislación y los mandamientos que la historia les había acumulado. Y los que acumulará. Desde esta ética estamos llamados intentar pararnos en los zapatos ajenos y buscar para ese prójimo igual y diverso, los mismos derechos que reclamo para mí.

Me impresiona la carga de agresividad y condena que cae sobre el reconocimiento de una ley que hace más digno al prójimo y no nos quita nada a nosotros. Entiendo sí que no nos resulte sencillo de asimilar. Somos hijos de un tiempo determinado y hemos lógicamente internalizado sus valores y esquemas a tal punto que nos parecen naturales. Hemos aprendido a defenderlos y a justificarlos y no deja de ser traumático reconocer de repente que son creaciones culturales. Pero debería ser liberador. (…)

Me impresiona que sin piedad se recurra a la artillería legal del Deuteronomio, por ejemplo,para condenar la homosexualidad sin el menor cuidado por contextualizarla. Por otra parte se olvida todo el resto de ese inmenso código. ¿O sale alguien a defender la esclavitud porque era permitida? ¿O alguien se acuerda que el hermano de un hombre que muere sin tener hijos varones debe obligatoriamente dejar embarazada a su cuñada? ¿Alguien tiene en cuenta que las deudas deben perdonarse cada siete años y que los campos tienen que repartirse cada cincuenta? Está escrito en el Deuteronomio.

Si nuestra mirada de esa legislación está guiada por el “amor a Dios y al prójimo”, el camino de la interpretación es bastante más largo. Y al dedo índice le será mucho más difícil señalar culpables.

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Publicado por Semanario 3 Puntos el 5 de Agosto de 2010
y en Página Valdense
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