Por Lisandro Orlov (*)
Como religioso, pastor de la Iglesia Evangélica Luterana Unida en Argentina y Uruguay, miembro de distintos organismos de iglesias tanto confesionales como ecuménicas e interreligiosas, me ha llamado la atención los silencios y los intentos de minimizar y aún disculpar la actitud del sacerdote católico romano Jorge Gómez. Es por ello que quiero compartir con ustedes estos temores e inquietudes. No quiero ser cómplice con mi silencio de una situación que considero sumamente grave, tanto en sus aspectos humanos, teológicos y pastorales.
Varias veces he visto el video que mostraba la interrupción de la presentación del grupo musical Coral Lutherieces, y me pareció la irrupción del patrón de la estancia. Aquel que se siente dueño de vida y propiedades. Las y los ciudadanos de Malargúe son adultos que no tienen necesidad de un tutor. Este comportamiento lo considero un insulto a la condición de ciudadanos y ciudadanos de los espectadores y participantes del espectáculo.
Si el grupo Coral hubiera cometido la más grave afrenta aún tenemos en Argentina el Código Penal o el Código Civil como para solicitar reparación por daños de cualquier tipo. Este testimonio es una propuesta de hacer justicia por mano propia y me parece totalmente inaceptable.
Como religioso y ejerciendo un ministerio pastoral no considero tener ningún tipo de impunidad frente a posibles o reales ofensas o insultos. No tengo una coronita que me haga diferente o en un nivel jerárquico superior a todos los ciudadanos y ciudadanas de mis país. Las leyes me garantizan el respeto de mi dignidad y confío en la justicia como mi única defensora. No quiero impunidad ni deseo una ley que proclame el desacato que proteja los criterios, voluntad y gustos estéticos o humanos. No quiero privilegios porque no me siento dueño de la verdad ni patrón del gusto o tutor del acceso a fuentes de información, diversión o entretenimiento de los demás. Somos todos y todas ciudadanos. No somos súbditos
En un mundo donde los medios de comunicación funcionan a la perfección y cuando podemos en todo momento consultar nuestro correos electrónicos y acceder a fuentes de información de todo el mundo, el argumento del Obispo de San Rafael (Mendoza), Monseñor Eduardo Taussig, me parece totalmente inaceptable. Tampoco son admisibles las explicaciones del vocero de ese Obispado, Señor José Antonio Álvarez al decir que el asunto no tiene verdadera trascendencia. Tenemos memoria de las veces que las violaciones a las libertades que fueron consideradas intrascendentes dieron comienzo a etapas lamentables de la historia contemporánea, tanto mundial como regional. Las personas de orientación homosexual, la comunidad judía o islámica y la iglesia a la que pertenezco nunca hemos propuestos censuras alguna, hemos apoyada el pluralismo cultural y religioso de nuestro país. La experiencia amarga de haber guardado silencios en otras oportunidades nos han enseñada que este no es un hecho sin trascendencia.
Actos y explicaciones como las realizadas por el Padre Jorge Gómez miembro del Obispado de San Rafael ha sino en muchos casos la chispa que encendieron hogueras de intolerancia, persecución y muerte. Personalmente no puedo disculpar ni minimizar un acto de tal desconocimiento de mis propios derechos. Me siento herido y vulnerado en mi persona, en mi libertad y en mi condición de ciudadano, aún no estando físicamente presente en ese festival y sin ser testigo directo. Es por ello que me siento compelido a compartir esta preocupación como para que en el futuro no tengamos argumentos como para justificar nuestros propios silencios que nos hacen cómplices del silencio que se quiere imponer a la libertad, al pluralismo social y religioso, en definitiva, a nuestra condición de ciudadanos y adultos.
(*) Pastor de la Iglesia Evangélica Luterana Unida. Pastoral Ecuménica VIH-SIDA.
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