Por Cristina Conti (*)
El cambio de sexo parece ser algo que sólo se ha dado en las últimas décadas. Eso es cierto, por supuesto, en cuanto a la operación quirúrgica que posibilita un cambio del sexo físico, pero han ocurrido cambios de sexo operados por medio del leguaje, y que se han hecho siglos después de la muerte de la persona en cuestión. Tal es el caso de la apóstol Junia, cuyo nombre se encuentra entre los saludos finales de la epístola de Pablo a los cristianos de Roma.
La cuestión sobre el género sexual de Junia no es menor, puesto que, si se trataba de una mujer apóstol –el cargo más alto en la iglesia del primer siglo– eso constituiría un buen argumento a favor de la ordenación y el liderazgo de las mujeres en todas las iglesias de la actualidad.
Ya en la época de Pablo, los apóstoles no eran solamente aquellos doce apóstoles elegidos por Jesús al comienzo de su ministerio. Esos doce varones representaban al nuevo Israel, que tal como el antiguo Israel, debía asentarse sobre doce patriarcas. Por esa razón era necesario que fueran varones, porque se trataba de patriarcas, no de matriarcas. Y también, por el mismo motivo, era necesario que fueran judíos. Teniendo estas cosas en cuenta, podemos ver que no es válido el argumento de que las mujeres no pueden acceder al ministerio sacerdotal porque Jesús eligió a doce varones para que fueran sus apóstoles. En primer lugar, Jesús tenía necesariamente que elegir a doce varones judíos para que representaran a los patriarcas del nuevo Israel que él estaba creando. Si llevamos el argumento hasta sus últimas consecuencias, los únicos que podrían acceder al sacerdocio tendrían que ser no sólo varones, sino también judíos. Me pregunto cuántos judíos convertidos al cristianismo podrá haber entre los sacerdotes de la ICR o de las iglesias ortodoxas, o entre los pastores de las iglesias evangélicas conservadoras. . . En segundo lugar, apóstoles y sacerdotes son cargos eclesiásticos totalmente diferentes. Los apóstoles de la iglesia primitiva, así como los patriarcas del antiguo Israel, no ejercían funciones sacerdotales, para eso estaban los presbíteros y los levitas, respectivamente. En tercer lugar, por definición un apóstol (del verbo griego apostéllō = enviar) es una persona enviada por Jesús o por la iglesia con una misión. En efecto, los 72 discípulos enviados por Jesús (Lc 10:1-20) eran técnicamente apóstoles, y nada indica que entre ellos no hubiera mujeres. En realidad es lo más probable que algunos de los 72 fueran mujeres, especialmente si tenemos en cuenta el texto de Lucas 8:1-3 sobre las mujeres discípulas que formaban parte del grupo de seguidores de Jesús. Y no olvidemos que, cuando Jesús envía a María Magdalena a testificar a sus hermanos sobre la resurrección, la está convirtiendo en un apóstol (Jn 20:17-18; Mt 28:10). Así lo reconoció Hipólito de Roma (s. III), cuando dijo que María Magdalena era una “apóstol a los apóstoles”. En cuarto lugar, en la iglesia de los primeros siglos, los apóstoles eran simplemente personas enviadas por sus iglesias con la misión de fundar nuevas iglesias. Es decir que los apóstoles de esa época serían lo que actualmente llamamos misioneros. Por tanto, que Jesús haya elegido doce apóstoles varones no sirve como argumento para negar la ordenación de las mujeres al sacerdocio. Además, veremos que había mujeres apóstoles reconocidas, al menos en la iglesia del primer siglo.
Al final de su carta a los romanos, el apóstol Pablo envía sus saludos a unos parientes suyos, Andrónico y Junia, agregando que son “ilustres entre los apóstoles” (Rom 16:7). Muchos traductores vierten el nombre de la persona que acompañaba a Andrónico como Junias, un nombre masculino. Sin embargo, el nombre Junias no existe en la onomástica griega[1], en cambio el nombre femenino Junia aparece frecuentemente en la literatura y en las inscripciones. Cuando estudiaba en el seminario, tuve el privilegio de tomar un curso con Bruce Metzger como profesor invitado. El Dr. Metzger es miembro del comité editor del Nuevo Testamento Griego. Recuerdo que un día le pregunté sobre el tema de Junia y él me dijo que efectivamente se trataba de una mujer y que su nombre era Junia, porque el nombre masculino Junias simplemente no existe. ¿Por qué, entonces, se ha traducido ese nombre como si fuera un nombre masculino? Y lo que es tal vez peor, ¿por qué el Nuevo Testamento Griego, incluso en su última edición (NTG27) sigue apegado a la forma masculina Iouniân, el acusativo del masculino Junias (un nombre que no existe)?
Lo que motiva el problema es que en griego los nombres propios se declinan como si fueran sustantivos. En el texto griego del Nuevo Testamento, Andrónico y Junia llevan las desinencias del acusativo, como objetos directos del verbo aspázomai (saludar). De modo que el nombre aparece como Iounian y la única diferencia estaría dada por el acento escrito que se le coloque. Digo “que se le coloque” intencionalmente, puesto que si bien algunos manuscritos tardíos tienen acentos escritos, la mayoría de los manuscritos más antiguos y más confiables no los tienen.
En los manuscritos unciales (que carecían de acentos escritos), el nombre IOYNIAN podría ser tanto la forma acusativa del femenino IOYNIA como del masculino IOYNIAS. Sin embargo, los primeros manuscritos con acentuación, B2 (s. VI o VII), D2 (s. IX), y el famoso minúsculo 33 (s. IX) traen Iounían, que es inconfundiblemente el acusativo del nombre femenino Iounía, es decir Junia[2].
En la mayor parte de la tradición latina, el nombre se cambió por Ioulía (Julia), que, por supuesto, es también un nombre femenino. Lo mismo ocurre en uno de los testigos más antiguos, el P46 (c. 200), que también trae Ioulía. Otro importante testimonio textual en favor de un nombre femenino es la versión copta sahídica (s. VI-VII), que trae sencillamente IOYNIA, ya que en dicho idioma los nombres propios no se declinan[3].
Ante tantas pruebas, resulta inexplicable que los editores del NTG27 sigan usando el masculino Iouniân a pesar de todas las evidencias en contra. Y que además avalen su lectura apelando a manuscritos unciales que carecen de acentos escritos, mientras colocan obstinadamente un acento circunflejo en la última vocal, convirtiendo así al nombre en masculino. Hay que tener en cuenta que la edición número 13 de Nestle[4] (1927) fue la primera que cambió abruptamente, y sin explicaciones, la sílaba acentuada del nombre para convertirlo en el masculino Junias. Antes de esa fecha, para Nestle, el nombre era femenino. Las ediciones subsiguientes a la de 1927 –y las ediciones de Nestle-Aland desde 1956– se han limitado, también sin dar explicaciones, a seguir esa tendencia[5]. Comprendo que muchos miembros del comité editor deben sentir que los dogmas de su iglesia se desmoronan sobre sus cabezas, pero creo que es hora de llamar a las cosas (y a la apóstol Junia) por su nombre.
Aunque, según Peter Lampe[6], ya en algunos manuscritos minúsculos del siglo IX, el nombre aparecía en la forma masculina Iouniân, se cree que el primer comentarista que consideró que el nombre era masculino fue Egidio de Roma (1245-1316).
Como protestante, debo reconocer con vergüenza que Lutero, en su traducción de la Biblia al alemán, fue quien popularizó dentro del protestantismo el nombre masculino Junias. Ocurre que, para su traducción de Romanos, él se basó en gran parte en el comentario de Stapulensis sobre Romanos (1512), que traía Junias, en lugar de Junia. Leyendo esa obra fue que Lutero llegó a su conclusión de la justificación sólo por fe. Sin embargo, aparte de que Lutero estuviera comprensiblemente apegado a tal comentario, sospecho que su bien conocida misoginia tuvo mucho que ver en su elección de un nombre masculino para la persona que acompañaba a Andrónico. La sospecha se acrecienta al tener en cuenta que el texto griego que Lutero usó para su traducción, el de Erasmo –la mejor compilación del Nuevo Testamento griego de aquella época– acentuaba el nombre en su forma femenina. Y la sospecha se convierte en certeza al ver que Lutero no vaciló en hacer agregados a este versículo, describiendo a Andrónico como “el varonil”, a Junias como de la familia Junia, para terminar diciendo que ambos eran “hombres” notables entre los apóstoles. El texto griego, en cambio, no trae descripciones, ni dice que eran hombres.
A pesar de algunas opiniones contrarias, los testimonios textuales a favor de un nombre femenino son abrumadores. La opción de basarse exclusivamente en los manuscritos unciales, y acentuar la palabra donde se les ocurra, no se justifica en vista de que un texto oscuro siempre debe ser aclarado con otros manuscritos confiables, y en este caso tenemos nada menos que el B2 y el 33 (la familia de manuscritos D no es muy confiable)[7]. El hecho de no tomarse el trabajo de buscar la aclaración de un término ambivalente como IOYNIAN, ya está mostrando la inclinación de ciertos traductores (y también de ciertos editores del NTG), cuya postura ideológica no les permite creer que una mujer haya sido apóstol.
Sin embargo, la manera en que Pablo nombra a Andrónico y Junia era la típica forma en que él se refería a un matrimonio (tal como Priscila y Áquila). Así pensaba también Atto de Vercelli en su comentario a Romanos (c. 940): “Saludad a Andrónico y a Julia, esposo y esposa debemos entender. Puesto que él [Pablo] añade ‘mis parientes y co-prisioneros’, muestra que eran judíos y colaboradores en la predicación. Como el apóstol, habían dejado su patria y predicado a los gentiles, incluso en prisión” (PL 134, 282A)[8]. Aunque este autor vierta el nombre como Julia, siguiendo la tradición de las versiones latinas, igual está reconociendo que se trata de una mujer.
De hecho, ninguno de los Padres de la Iglesia ponía en duda que la compañera de Andrónico en el apostolado fuera una mujer[9], muy probablemente su esposa. El famoso Crisóstomo, en su homilía sobre Romanos, afirmó que Junia era una mujer y una apóstol descollante: “Cuán grande es la virtud de esta mujer que fue digna de ser llamada apóstol” (PG 60,669s). Crisóstomo además señala que las mujeres fueron efectivamente las primeras testigos de la resurrección y critica el credo de 1 Corintios 15,5-7, que pone a Cefas como el primer testigo (PG 61,326).[10]
En la Iglesia Ortodoxa Griega, se tiene en gran estima a Andrónico y a su esposa Junia. Se cree que ambos recorrieron el mundo llevando el evangelio y fundando iglesias. Santa Junia es celebrada el 17 de Mayo[11].
En conclusión, no hay ninguna base lingüística para transexuar a esta venerable mujer apóstol de los primeros tiempos del cristianismo. Llamemos a la apóstol por su nombre, Junia.
[1] Valentín Fábrega, “War Junia(s), der hervorragende Apostel (Rom. 16,7), eine Frau?”: JbAC 27/28 (1984-85) 49, 53; Peter Lampe, “Iunia/Iunias: Sklavenherkunft im Kreise der vorpaulinischen Apostel (Röm 16.7)”: ZNW 76 (1985) 132.
[2] U.-K. Plisch, “Die Apostelin Junia: das exegetische Problem in Röm 16.7 im Licht von Nestle-Aland27 und der sahidischen Überlieferung”: NTS 42 (1996) 477-478.
[3] Ibid., 478.
[4] La compilación del NT griego dirigida por Eberhard Nestle, que desde 1956, al incorporarse Kurt Aland como director, se conoce como Nestle-Aland (NA) o Novum Testamentum Graece (NTG). Las siglas van acompañadas del número de edición en forma de superíndice, p. ej. NA27 o NTG27.
[5] Parece ser que recién en 1998, en la 5ª reimpresión revisada del NTG27, el nombre aparece como el femenino Iounían. Por fin, entonces, parece que se ha hecho justicia. Lamentablemente, no he tenido acceso a esa 5ª reimpresión.
[6] P. Lampe, “Iunia/Iunias: Sklavenherkunft im Kreise der vorpaulinischen Apostel (Röm 16.7)”, p. 132, nota 1.
[7] El B2 es la versión corregida por el segundo copista (que incluyó acentos escritos) del mejor manuscrito uncial que existe, el códice Vaticano. La importancia del minúsculo 33 se evidencia en que se le conoce como “la reina de los minúsculos”, es decir, el mejor de los manuscritos escritos en letras minúsculas. La familia D, en cambio, suele tener variantes bastante caprichosas (especialmente en el libro de Hechos), pero sirve para apoyar una lectura cuando coincide con otros testigos importantes, como el B, por ejemplo.
[8] Citado en V. Fábrega, “War Junia(s), der hervorragende Apostel (Rom.16,7), eine Frau?”, 62.
[9] Ibid., 63-64.
[10] Ibid., 54-58.
[11] Ibid., 57.
(*) Cristina Conti, biblista. Enseña Nuevo Testamento, Mundo Bíblico y Griego en el seminario Escuela de Cadetes del Ejército de Salvación, en Buenos Aires. Ha dado cursos y talleres en EEUU, Chile y otros países. Ha publicado artículos en libros colectivos y en las revistas teológicas RIBLA y Alternativas.
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Publicado por La Lupa Protestante el 19 de Noviembre de 2010
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