Por Paul Jersild
En estos días, estamos comprometidos como iglesia, en un debate histórico, frecuentemente muy emocional, sobre la homosexualidad. Mi propósito y tarea, es hacer clara la necesidad de la iglesia de volver a evaluar su tradición sobre este tema.
En el curso de la historia, los cristianos han cambiado de opinión muchas veces, con respecto de muy importantes temas morales. El concepto de un depósito de verdades eternas, de una vez por todas, entregadas a los santos, es completamente inadecuada con respecto de nuestra tradición moral, por razón de que en este reino estamos tratando con nuestra respuesta al evangelio, no con el evangelio en sí mismo. Esta respuesta moral, nunca tiene lugar en un vacío, sino en una ubicación histórica particular y en diálogo con un particular grupo humano social. Como iglesia, estamos ante un genuino momento de aprendizaje. Cualquier momento en que la iglesia trata un tema serio que crea disensión, se presenta una oportunidad para entender mejor nuestra tradición así como el mundo en que vivimos. Por primera vez en su historia, la comunidad cristiana está afrontando el tema de la homosexualidad con miembros cristianos que manifiestan ser personas gay y lesbianas. Los cristianos de orientación gay y lesbiana, han sido las personas más invisibles sobre la tierra, pero ya no es más así.
Como un ejemplo crítico del desacuerdo que experimentamos hoy como iglesia, al leer sobre este tema en su Escritura, permítasenos observar el razonamiento de San Pablo en Romanos 1. Pablo incluye a aquellos comprometidos en actos homosexuales (o, por lo menos esto es lo que hemos supuesto que él significa), entre las personas a quienes Dios, en su ira, ha abandonado a las pasiones vergonzosas y a la adoración de ídolos. ¿Cómo podríamos relacionar a personas tales, con las personas de orientación homosexual que conocemos, que están en Cristo y que comparten con nosotros y nosotras la alianza del bautismo, el sacramento eucarístico, el escuchar la Palabra?
La conclusión a la que creo se nos lleva, es que los particulares pasajes de la Escritura, relacionados con el mundo homosexual, no van a resolver este tema para la iglesia contemporánea. Una iglesia que está vitalmente comprometida con los temas que confrontan a sus personas, no se vuelve a las Escrituras sin comprometerlas en diálogo, reconociendo que nuestra experiencia actual como cristianos en el mundo, configura y conforma a las preguntas que formulamos a las Escrituras y, por consiguiente, también a la índole de las respuestas que recibimos. Estamos ahora en una encrucijada, en la cual nuestra experiencia como iglesia en lo que se refiere a la homosexualidad, está imponiéndonos una nueva interpretación y una nueva evaluación de lo que dice la Biblia. Esto no es un intento de salir de debajo de la autoridad de la Biblia, sino más bien un intento responsable de interpretar esa autoridad, a la luz de nuestra experiencia cambiante, y una interpretación tal como esta, se refiere a este particular tema.
Como comunidad cristiana, necesitamos alejarnos de esa especie de pensamiento universal, racional, sobre la sexualidad humana, que restringe a todos en el mismo molde heterosexual, frecuentemente con gran costo humano. Afirmaría que se necesita una aproximación más contextual de este tema. Reconocería el carácter fundamental de la heterosexualidad y su valor normativo entre la vasta mayoría de la población. Pero, para quienes descubren su orientación homosexual, entonces, la norma para ellos y ellas deviene la conducta homosexual. Esto es el carácter contextual de su aproximación: reconoce la importancia decisiva de la orientación sexual de cada persona, y se refiere a la conducta correcta, según su propia orientación. Imponer una conducta heterosexual a una persona de orientación homosexual, es una negación a quien esa persona es; negar la posibilidad de una persona de orientación homosexual a vivir en pareja con otra persona, es también una negación de quien esa persona es.
De este modo, no estoy diciendo que la heterosexualidad y la homosexualidad sean igualmente buenas; así que escoja lo que le guste. Esa forma de plantear el problema, queda en una posición abstracta, universal; también es improcedente porque una genuina elección entre ellas, no es accesible a nosotros y nosotras. Más bien, mi posición es que debería preocuparnos que una persona pueda ser, genuinamente, él mismo o ella misma, y relacionarse con los demás, como ser sexual, en un modo que posibilite a esa persona y a su ser amado, a prosperar y renovarse como seres sexuales. Lo que esto significa, entonces, es que la homosexualidad no es ni una perversión, ni una desviación, para la persona homosexual.
Cabe preguntar: ¿Cuál es la conducta sexual responsable, para las personas, a la luz de su orientación? No suponemos que las personas de orientación gay y lesbiana se hagan heterosexuales, sino que, en realidad, las expectativas morales que llevamos a la unión sexual de un hombre y una mujer - que vivan juntos en un espíritu de compromiso y fidelidad - proporcionen, realmente, un ideal confiable para todas las personas que vivan en relaciones sexuales, sin considerar su orientación. Este ideal significaría que las personas bisexuales deben decidir una dirección u otra, al mantener una vida sexual responsable.
Dando aprobación legal a las parejas gay y lesbianas, el estado estimularía y la sociedad esperaría la misma índole de compromisos esperados entre marido y mujer, lo que, a su vez, daría una estabilidad mayor a la comunidad homosexual y alentaría su integración a la sociedad, de una manera que sería beneficiosa para todos nosotros.La homosexualidad, primero, debe verse como un tema de justicia y humanidad; deberíamos preocuparnos más en dirigirnos a la humanidad de las personas, que a su sexualidad; y, para comprender su sexualidad, como mucho más que su actividad genital.
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Publicado por ALC Noticias el 4 de Enero de 2010
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