Crítica Digital del 5 de Julio de 2009
Activistas gays denuncian persecución, represión y desapariciones en Honduras, tras el golpe de estado que derrocó a Zelaya. Bruno Bimbi.
Activista. Héctor Licona tiene 23 años y nunca había vivido un golpe. Milita en organizaciones por los derechos gays y se opone a los militares. (AFP)
El domingo pasado, el joven Héctor Licona se levantó temprano para ir a votar, pero un llamado sorpresivo acabó con la tranquilidad de esa mañana en la capital hondureña: un compañero le contó que habían secuestrado al presidente de la República. Encendió la televisión y los canales no decían nada. Sintonizó el canal 8, estatal, y llegó a ver el último mensaje antes de que comenzara la censura. Los periodistas contaban que Manuel Zelaya había sido raptado por un grupo golpista y que los militares estaban ingresando al canal para interrumpir la transmisión. Las últimas palabras que escuchó en la televisión fueron un llamado a concentrarse frente a la Casa de Gobierno. Con 23 años, Héctor nunca había vivido un golpe de Estado. Nacido y crecido en Tegucigalpa, capital de Honduras, este joven diseñador gráfico es voluntario de varias organizaciones no gubernamentales que luchan contra la discriminación hacia lesbianas, gays, bisexuales y trans, y en la prevención del VIH. Con sus compañeros y compañeras de la Asociación LGBT Arcoiris de Honduras, Héctor viene participando de las movilizaciones que exigen la inmediata vuelta al gobierno del presidente constitucional y el fin de la aventura golpista de Roberto Micheletti. –¿Cómo está el conflicto en las calles? –Nosotros nos sumamos a las manifestaciones contra del golpe de Estado desde el mismo domingo y continuamos en las calles el lunes. Ese día, alrededor de las 14, cuando nos encontrábamos cerca de la casa presidencial manteniendo una calle bloqueada, varios policías nos salieron al frente y comenzaron a arrojar gases lacrimógenos. Tuvimos que retroceder, pero algunos manifestantes respondieron arrojando piedras y la policía comenzó a perseguirnos, hasta que nos acorralaron en las inmediaciones de un puente. Allí nos obligan a agacharnos y tirarnos al suelo, para que la prensa no pudiera ver lo que estaba pasando, y empiezan a golpearnos. Nos decían: “Llamen a Chávez para que los defienda”.
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