Por Norberto D'Amico
Adviento es esa época de la Iglesia que nos invita a una expectante, activa y despierta esperanza. A la gran esperanza en las promesas de Dios: Justicia y Liberación.
Este año sentimos particularmente la necesidad de hablar de la esperanza de las personas GLTTB cristianas.
Espero que quienes no comparten nuestra fe no se sientan menospreciados: hay muchas formas de fe que son valiosas, dignas de todo respeto, indispensables para la realización humana. Personalmente creo que Dios ha de mirar con muchísimo amor a quienes trabajan por la justicia, aún cuando no invoquen su nombre, ninguno de sus muchos nombres.
Y espero que las personas héteras tampoco lo sientan como una pretensión de superioridad moral. Compartimos con muchas compañeras y muchos compañeros esta vigilia esperanzada por el Reino de Dios y su Justicia. En el Centro tenemos muchas historias y formas de expresar que somos juntas y juntos en Cristo.
Pero solo hay una manera de hablar de nuestra experiencia como gays, lesbianas, travestis, transexuales y bisexuales que esperan, en la angustia, ante los temibles signos de los tiempos, que ese mensaje de amor anunciado por la Iglesia Cristiana, nos invite a su casa, nos siente a su mesa y nos haga sentir familia de Dios. Que sienta nuestra búsqueda de justicia como propia, nuestra necesidad de Dios. Que anuncie nuestra esperanza en Dios como su propia esperanza.
También conocemos la larga y participativa espera, para que el movimiento político reconozca nuestro derecho a creer, como cualquiera de los derechos inalienables. No como una categoría secundaria o un adorno exótico en las identidades glttb que será derivado a una zona de tolerancia en el activismo.
El leccionario de Adviento nos invita a estar alertas, despiertos y despiertas en la esperanza viva, sin disfrazarnos con el ídolo de aquello que el cristiano o la cristiana debe ser, hacer o parecer, íntegras e íntegros en medio de la homofobia y la marginación que turba nuestro corazón cada día, que frustra propósitos y cierra puertas. Nos llama a ver en estas cuestiones agobiantes el signo de la presencia divina, a seguir pendientes en oración y actitudes la aproximación de Jesús en el corazón humano.
Mis hermanas y hermanos, amigas y amigos, tengo el privilegio, este año, de hacerles llegar el saludo del Centro para las fiestas. Que tengan un bendecido tiempo de esperanza.
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